Claudio Monteverdi y Samuel Barber: de música y poesía

La relación entre música y poesía alcanza su plenitud especialmente en dos momentos históricos: la transición del Renacimiento al Barroco con Claudio Monteverdi y el romántico siglo XIX con la explosión del lied gracias a Schubert, Schumann y otros compositores.

La búsqueda incesante de Monteverdi para acercar el lenguaje hablado a la música (o viceversa) tuvo efectos muy poderosos sobre sus obras. Lo que él consideraba “prima prattica”, es decir, el estilo polifónico tradicional –más propio de las composiciones religiosas– pierde valor ante la “seconda prattica”, consistente en buscar una dependencia de la música respecto al texto poético. Sus cuatro primeros libros de madrigales podrían situarse en esta primera práctica; las armonías son cada vez más atrevidas y las disonancias más originales. Si en los dos primeros libros (1587 y 1590) se aprecian texturas suaves, en el tercero y cuarto (1592 y 1603) se produce un planteamiento más disonante e irregular que potencia el significado de cada palabra. El punto de inflexión está en el quinto libro (1605), donde se comienza a hablar de la segunda práctica y se establece un diálogo entre el perfeccionismo de lo antiguo y la experimentación con nuevos elementos. A partir de aquí, Monteverdi se aleja poco a poco del ideal renacentista polifónico de voces equilibradas con sus siguientes libros de madrigales, hasta adoptar un estilo novedoso más similar a un pequeño drama musical de puro estilo representativo.

Samuel Barber (West Chester, Pennsylvania, 1910-1981), discípulo de Aaron Copland, es a su vez heredero de la música de los primeros pioneros estadounidenses: Ives, Ruggles y Varèse. Su música adopta un lenguaje neorromántico con un estilo elegíaco muy característico, propio del siglo XIX, donde mezcla las influencias europeas con sus propias aportaciones. Las obras del programa reflejan de un modo excepcional la conexión de su música con los poemas escogidos por el autor.

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